Según el doctor en Biología y experto en truficultura Baldomero Moreno, el origen de la trufa se remonta a más de 15000 años en Andalucía cuando la glaciación acabó con la mayoría de las encinas de Europa a excepción de las andaluzas donde permaneció este hongo, que después acabó colonizando el resto de Europa, como reflejan los análisis de paternidad que se han realizado de las trufas francesas e italianas.

Existen referencias del uso de la trufa como alimento en la Edad Antigua, casi 2000 años a. C. y de su uso extendido en la Egipto de los Faraones y en la Grecia antigua donde se consideraba signo de nobleza y poder y se le otorgaban poderes afrodisiacos. Sin embargo, durante la Edad Media se abandonó su consumo debido a que lo consideraban un producto demoniaco ya que nacía bajo tierra.

En Italia y Francia, donde son conocidas como trufas del Perigord, su consumo está muy extendido desde el siglo XVI y dicen que Napoleón Bonaparte fue un gran aficionado.

Quién acuñó el término de “diamante negro de la cocina” fue Brillat-Savarin, el fundador de la gastronomía moderna, que la consideraba una exquisitez y la difundió entre sus elitistas clientes.

En España no se extiende su consumo hasta mediados del siglo XX y su cultivo no empieza hasta mediados de la época de los 70; hasta entonces sólo se recolectaban las trufas silvestres y se comercializaban de forma un tanto informal y clandestina.

Actualmente hay más de 10000 hectáreas en España dedicadas al cultivo de la trufa y su comercio se está extendiendo cada vez más.